Introducción
En la Iglesia Ortodoxa, la Sagrada Escritura no se considera un texto autónomo, cerrado en sí mismo, sino que forma parte integral de la Tradición viva de la Iglesia. Leída fuera de esta Tradición, la Escritura corre el riesgo de ser malinterpretada, fragmentada o reducida a letra muerta. En cambio, cuando es acogida dentro de la vida eclesial, iluminada por el Espíritu Santo y leída con el mismo espíritu con que fue escrita (cf. 2 Pe 1,20-21), la Escritura se convierte en Palabra viva y eficaz, una fuente de vida espiritual y comunión con Dios
1. Escritura y Tradición: Una Unidad Indisoluble
Para la Ortodoxia, no hay oposición entre Escritura y Tradición. Ambas forman una misma corriente de Revelación, transmitida por el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. San Basilio el Grande lo afirma con claridad en su tratado Sobre el Espíritu Santo:
“De los dogmas y enseñanzas guardados en la Iglesia, algunos los poseemos por doctrina escrita y otros, que nos han sido transmitidos en secreto, los recibimos por la tradición de los apóstoles”(De Spiritu Sancto, 27.66).
Así, la Escritura nace dentro de la Tradición, no fuera de ella. Los Evangelios fueron escritos dentro de una comunidad ya existente, que celebraba la Eucaristía, oraba, guardaba la fe apostólica y vivía los misterios de Cristo. Por ello, no puede entenderse correctamente sin esa misma Tradición viva que la originó y la custodia.
2. La Iglesia: Sujeto vivo de la Escritura
En la teología ortodoxa, la Iglesia es el lugar donde la Escritura vive y se interpreta con fidelidad. No es el lector individual, aislado de la comunidad, quien puede determinar su significado último, sino la Iglesia en comunión con los santos, los concilios y la experiencia del Espíritu.
San Ireneo de Lyon ya advertía en el siglo II:
“Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad”
(Adversus Haereses, III, 24,1).
Esto significa que la lectura correcta de la Escritura es eclesial, no meramente privada o racional. Por eso en la Ortodoxia el texto bíblico siempre se proclama litúrgicamente, acompañado de himnos, salmos, comentarios de los Padres y vivencia sacramental.
3. La Escritura como Palabra Viva
La Escritura no es un archivo del pasado. Es Palabra viva (Zōsa Logos, Heb 4,12), porque el mismo Espíritu que la inspiró la sigue haciendo fructificar en cada generación. Los Padres de la Iglesia insisten en que la Palabra escrita solo tiene sentido si conduce al encuentro con el Verbo encarnado, Cristo.
San Gregorio Magno (aunque posterior al cisma, citado también en Oriente) escribió:
“La Escritura crece con los que la leen”
(Hom. in Ez. I,7,8).
Y San Máximo el Confesor enseña que toda la Escritura es un misterio de Cristo, visible en múltiples niveles: literal, moral, místico y escatológico (Ambigua, 10). De allí que los santos puedan leer el mismo texto y recibir de él una palabra siempre nueva, porque el Espíritu habla a través de ella a los corazones que buscan a Dios.
4. Lectura Orante y Comunitaria: La Lectio Divina Ortodoxa
En la tradición ortodoxa, la lectura de la Escritura es inseparable de la oración, el ayuno y la vida espiritual. No se trata de un análisis crítico, sino de una lectura contemplativa, como enseña San Juan Damasceno:
“La Escritura es como un jardín del Edén: se entra en él con humildad, y se recoge sólo lo que el alma puede digerir”.
Esta actitud es visible en la liturgia, en el monacato y en la práctica del hesicasmo, donde el corazón se prepara para que la Palabra germine. Es lo que también refleja la Filocalía, compendio espiritual donde la Palabra se asocia siempre a la purificación interior.
5. Escritura y Tradición como Revelación Encarnada
La máxima revelación de Dios no es un libro, sino una Persona: Jesucristo. Y tanto la Escritura como la Tradición apuntan a Él. La Ortodoxia no adora el texto, sino al Dios que se revela a través de él, en el misterio del Verbo encarnado (Jn 1,1.14). Por eso, según San Atanasio:
“Las Escrituras han sido dadas para que conozcamos a Cristo y en Él al Padre” (Carta a Marcelo).
Así, la Escritura se convierte en Palabra viva cuando nos introduce en el misterio de Cristo, vivido en la Eucaristía, en la comunión con los santos y en la vida de la Iglesia.
Conclusión
La Sagrada Escritura, en la visión ortodoxa, no es letra muerta ni texto aislado, sino Palabra viva dentro de la Tradición. Inspirada por el Espíritu y custodiada por la Iglesia, sólo se comprende en comunión con los santos, con humildad y oración. No basta con leerla: hay que dejarse leer por ella. No basta con estudiarla: hay que vivirla. Pues como dijo San Jerónimo, “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” —pero en la Ortodoxia, conocer la Escritura es conocer al Cristo vivo, presente en su Cuerpo, la Iglesia.